En este pequeño relato, los generales Jesús González Ortega, Ignacio Zaragoza y Leandro Valle, planean las estrategias de ataque en la será la última batalla de la Guerra de Reforma, en Calpulalpan. Valle está en una posición difícil, al encontrarse su querido amigo de la infancia en el bando enemigo. Sin embargo, decide ser él mismo quien tome la posición más cercana...
El sol se ponía en el horizonte cuando el general en jefe,
Jesús González Ortega, convocó a los jóvenes generales, Ignacio Zaragoza y
Leandro Valle a reunirse para planear la estrategia del combate en
Calpulalpan.
Jesús miró a sus dos compañeros de armas con expresión
grave. Estaban en su tienda de campaña, rodeados de mapas y documentos, a pocas
horas de la batalla decisiva. La guerra de Reforma había cumplido ya tres años
y deseaban ponerle fin.
- Necesito que me digan sus estrategias para mañana -dijo
González Ortega-. Ignacio, usted es el comandante en jefe. ¿Qué tiene pensado?
- Mi idea es atacar por el centro y el flanco derecho,
aprovechando nuestra superioridad numérica y de artillería -respondió Ignacio
Zaragoza-. El enemigo está atrincherado en una colina, pero no podrá resistir
mucho tiempo nuestro fuego.
- Bien, me parece acertado -asintió González Ortega-. Y
usted, Leandro, ¿qué opina?
-Tenemos que aprovechar el terreno... -respondió
Valle-. Como bien señala Ignacio, los conservadores están atrincherados en una
colina, pero hay un pequeño valle enfrente de la misma que podemos usar para
sorprenderlos por el flanco izquierdo. Yo me ofrezco a liderar ese ataque…
Leandro sintió un nudo en la garganta. Sabía que justo en la
colina, frente al valle que planeaba ocupar estaría su amigo de la infancia,
Miguel Miramón. Habían crecido juntos, estudiado juntos, eran como hermanos…
Pero la guerra los había separado…
—Sí, lo sé, estoy seguro. Es mi deber como soldado y como
patriota. —respondió Valle con tono de firmeza, aunque su voz temblaba un poco.
Zaragoza y González Ortega se miraron con sorpresa y
compasión. Conocían la historia de amistad entre Valle y Miramón, y sabían que
lo que proponía era un gesto de lealtad y de honor.
Zaragoza se levantó de su asiento y le puso una mano en el
hombro.
-¿De verdad no prefieres dejarme el honor de
enfrentarme a tu camarada?- preguntó de nuevo Zaragoza.
-No, gracias -respondió Valle-. Aunque Miramón sea mi amigo, no traicionaré nuestra causa. Soy leal a los liberales y
defenderé mi posición con mi vida.
-Eso no lo dudo -dijo Zaragoza con sinceridad-...Pero quizás sea mejor que no te vea él a ti. Podría pensar que quieres
rendirte o negociar.
-No hay nada que negociar -replicó Valle-. Ambos elegimos desde hace tiempo nuestros bandos... y...
- Está bien, Valle, está bien… -intervino González Ortega-.
Pero tenga cuidado. No deje que sus sentimientos le nublen el juicio. Recuerde
que estamos luchando por la patria y por la libertad. Y, sé que en su caso no
es necesario, pero le advierto que no toleraré ningún acto de debilidad o de
traición. Si usted falla o vacila, tendrá que rendirme cuentas a mí y a la
historia. ¿Está claro?
Valle asintió con un gesto. Sabía que era una misión
peligrosa, pero también una oportunidad de demostrar su compromiso con la
República liberal por la que luchaba. Sí, la historia lo juzgaría…
-Les aseguro a ambos que mi corazón y mi deber están con la
causa.
- Muy bien -dijo González Ortega-. Confío entonces en su
lealtad y su valor. Le asigno el mando del flanco izquierdo... y acepto que esté al
frente de la colina donde estará Miramón para vigilarlo de cerca. El general
Zaragoza irá en la posición intermedia, y yo me quedaré mientras tanto en el
centro, desde donde coordinaré las operaciones.
En el fondo de su corazón Valle sentía, no obstante, un gran conflicto.
No quería cambiar su posición porque de hacerlo, temía que alguien más pudiera matar a Miramón.. Y aunque estaba consciente de que ahora era su enemigo en la guerra, no podía olvidar los años de amistad que los unieron. Deseaba salvarlo de sí mismo y de su error... lo hubiese invitado a que se uniera a los liberales, pero sabía que eso era
imposible. Miramón era un hombre de honor y de principios... Y aunque éstos estuviesen equivocados, no
se rendiría ni cambiaría de bando. Solo quedaba el enfrentamiento...
Continuará…
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