En el episodio anterior, el general Jesús González Ortega,
comandante en jefe del ejército liberal, ordenó a sus subordinados Ignacio
Zaragoza y Leandro Valle que prepararan sus estrategias para el triunfo.
Zaragoza propuso un ataque frontal, aprovechando la superioridad numérica y el
armamento moderno de los liberales. Valle sugirió una maniobra envolvente, para
sorprender al enemigo por los flancos y cortar su retirada… Es momento de poner en
práctica lo planeado…
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Desde la pequeña colina donde se encontraba, Miramón miró con el catalejo el valle que se extendía ante sus ojos. Aunque la mañana había amanecido fría y nublada, algunos rayos de sol comenzaban a posarse sobre los campos verdes y las filas de soldados liberales que se preparaban para el combate. Esto hacía contraste, ya que sus enemigos llevaban esas características corbatas o pañuelos color escarlata. En eso, su mirada se topó con alguien a quien no hubiese querido encontrar en una posición tan cercana. Reconoció su figura esbelta y su rostro sereno, no podía ser otro más que…
-Valle, ¿qué haces ahí? -dijo para sus adentros…
Mil ideas se cruzaron por su cabeza, desde que era una trampa, hasta que quizá querría convencerlo de frenar la batalla…
-No… -se contestó él mismo- ni es una trampa, ni es una tregua… Valle jamás se prestaría a ser la carnada de un posible chantaje… Está ahí por su valor… ¡y por su maldita imprudencia…!
Del otro lado, Valle también volteó y no tardó en divisar a su amigo entre las filas conservadoras. Lo vio tan joven, tan valiente, tan seguro de sí mismo. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no permitió que éstas salieran... Recordó los días de su infancia, cuando jugaban juntos a ser soldados.. Ahora lo eran, pero al mismo tiempo la vida los había puesto como enemigos... Y aunque ya habían estado antes en las mismas batallas como contrarios, nunca habían estado tan cerca como ahora.
Cerca de las ocho Miramón se armó de valor y ordenó el ataque. No obstante, evitó de manera muy notable disparar al centro, donde estaba Valle, y se concentró en los flancos. Quiso ahuyentar a los soldados que éste comandaba, hacerles creer que eran más y más fuertes, y obligarlos a retirarse para no tener que enfrentarse de cerca con su líder. Sabía que era la posición más peligrosa para ambas divisiones.
Pero Valle no se movió. Al contrario, arengó a sus hombres y los condujo al encuentro de los conservadores. Valle avanzó con decisión, sin miedo, sin rencor. Respondió al fuego enemigo sin demostrar debilidad o flaqueza. No obstante, evitó también disparar al lugar donde se encontraba Miramón. No quería matarlo, quería vencerlo… Preservar la vida de su amigo sin que por ello él traicionara sus ideales y la libertad que buscaba para su patria.
Los disparos resonaron en el aire, las balas silbaron cerca de las cabezas de los soldados en ambos lados, los cañones estremecieron el suelo, mientras que Miramón y Valle enfrentaban también una lucha dentro de sí mismos.
El plan de Miramón no funcionó, pues los liberales no se dejaron intimidar. Resistieron y contraatacaron con valor. Valle continuaba al frente de su batallón, arengando a sus hombres y animándolos a seguir adelante. Miramón lo vio avanzar y sintió un escalofrío. ¿Qué haría si lo tuviera frente a él? No quería tener que averiguarlo… Para su fortuna, Leandro continuó hasta hacer retroceder a las filas enemigas y al conseguirlo se desvió de nuevo a las orillas del valle, sin mirarlo, pero al mismo tiempo, sin dejar de amenazar desde ahí a las fuerzas conservadoras. Sin duda también él quería evitar un enfrentamiento directo.
Miramón guió entonces a sus tropas hacia el centro, donde se encontraba la división de Vélez, pues se dio cuenta que éste estaba siendo atacado por Ortega. Valle, por su parte, optó por auxiliar a las tropas de Zaragoza, quien del otro lado de la colina, se enfrentaba a la división de Miguel Negrete. Ignacio ya había logrado romper las filas y sin darles tregua, los persiguió hasta la entrada de un sendero que iba a dar al río. Antes de que pudieran escapar, hizo varios prisioneros, regresándolos a la zona anterior, mientras Valle le cuidaba las espaldas. Sólo no pudieron capturar a Negrete.
González Ortega, al ver disminuidas las filas del enemigo gracias a Zaragoza y a Valle, se acercó aún más a la retaguardia de los conservadores, donde se hallaba el general Vélez. Con una maniobra audaz, logró rodearlos y cortarles la retirada. Además, se sumó a ello el apoyo de las tropas de Nicolás de Régules, y los conservadores se vieron atrapados entre dos fuegos.
Miramón, que apenas avanzaba hacia esa zona se dio cuenta de que la batalla estaba perdida. Aún así trató de alcanzar la retaguardia para auxiliar a Vélez, pero se encontró con el fuego cruzado de González y de Régules. Le fue imposible llegar y tuvo que retroceder de nuevo, considerando que la única salida era dirigirse al sendero que daba al río.
En aproximadamente dos horas las tropas conservadoras habían sido diezmadas, dispersadas o capturadas. No tenía sentido seguir luchando, pero pensó Miramón que aún podía reunir a algunos de sus hombres y escapar de la derrota. Montó en su caballo y se dirigió hacia la colina con la intención de alcanzar a Negrete. Vélez, evadiendo a Ortega, hizo lo mismo, dejando en el campo la mayor parte de su artillería.
Sin embargo, al pasar por la colina, se dieron cuenta que Valle había retomado su posición. Intentaron entonces rodear para llegar a la zona de Miguel Negrete, percatándose, con ayuda del catalejo, de que gran parte de la división de éste ahora eran prisioneros de Zaragoza. Tanto Vélez como Miramón estaban atorados a un costado de la colina y decidieron salir poco a poco al proyectado sendero, para reunirse con su compañero, quien también había tratado de llegar hacia ellos sin lograrlo, optando por alcanzar la misma salida. Los otros jefes, al no poder entrar con sus refuerzos, ya se habían adelantado.
-Tú primero, Vélez.. -dijo Miramón.
-No señor, no lo puedo dejar aquí.
-Aprovecha que aún tengo soldados que me cubren las espaldas -contestó el general en jefe, considerando que la mayor parte de los de Negrete y Vélez habían sido hechos prisioneros.
Aunque la maniobra fue rápida, antes de que pudiera pasar Miramón, Valle se percató y se movió con parte de sus tropas hacia la entrada del sendero, colocándose delante de ésta, como Zaragoza lo había hecho antes impidiendo la salida a los soldados de Negrete.
Entonces fue inevitable encontrarse. Fue un instante fugaz, pero intenso. Se reconocieron, se desafiaron, se compadecieron. Por un momento se hicieron presentes los sueños que habían compartido como colegas en el colegio, de servir a su patria y de hacerla grande… pero también el momento en el que se separaron, eligiendo cada uno un camino distinto.
-¡Valle! ¡Retírate! -le gritó Miramón, esperando que su amigo le hiciera caso.
-¡Retírate tú! -le respondió Valle, sin moverse.
-¿Crees que no sé reconocer una derrota? -preguntó Miramón con una ligera sonrisa que Valle no supo interpretar si era sincera o de sarcasmo. Aún así, había logrado romper lo grave de la situación, al menos en apariencia.
-Sí claro… -contestó Leandro siguiendo el tono- Como cuando te escapaste en Silao…
-Esa vez les dejé al Dorado de regalo... y mi sombrero.
Valle recordó que, en efecto, habían capturado en esa ocasión al caballo de Miramón, apodado “el Dorado”. Tuvo ganas de decirle a su amigo que mejor se rindiera, pero sabía que su destino sería el paredón si lo hacía. Sin embargo, tampoco podía dejarle las cosas tan fáciles.
-¿Ves este rifle? Voy a disparar hacia tu flanco izquierdo, porque sé que detrás de ti vienen los de Márquez…
Leandro sabía que Márquez ya se había adelantado con los posibles refuerzos que no habían podido llegar... y Miramón sabía que lo sabía…
Valle disparó hacia el lado izquierdo, fingiendo que no lo veía, que no lo escuchaba… Y algunos de sus hombres lo imitaron. Al terminar la maniobra disparó hacia la entrada del sendero haciendo levantar el polvo y el humo, pero ya no había soldados enemigos ahí. Antes de que sus hombres pudieran decir algo, levantó la voz y dijo:
-Está totalmente derrotado… A los enemigos justicia, a los amigos, clemencia y justicia, es lo que dice el presidente Juárez..
Cuando parte del humo se disipó, encontró al pie de su cabalgadura el rifle de Miramón, con su característica empuñadura de marfil y su nombre grabado.
"En efecto, sabes cómo reconocer una derrota", pensó mientras levantaba el rifle del polvo para entregárselo a su general en jefe como trofeo de guerra. En parte se sentía aliviado, pero la angustia sentida en esos instantes le impidió de momento participar de la algarabía de sus compañeros que llegaban poco a poco hacia él celebrando la victoria.
Al reunirse todos, Jesús González Ortega los felicitó.
-Sin sus estrategias, jamás lo hubiésemos logrado. ¡Muchachos, habéis cambiado la historia! -exclamó estrechando las manos de Zaragoza y de Valle, y felicitando también a Régules por su ayuda.
Leandro se animó y alegró entonces. ¡Había triunfado su causa!
*Escucha el podcast aquí: La Batalla de Calpulalpan (youtube.com)